Cortázar se incorpora de lleno al ámbito literario argentino en 1938 con su libro Presencia . Algunas revistas de la época recogen sus colaboraciones firmadas con el nombre de Julio Denis. (...) Cortázar empieza siendo un poeta, también lo será siempre en cierto modo. Puede sorprender que Cortázar, el mismo que años más tarde escribiera Historia de Cronopios, Los Premios y Rayuela, se haya iniciado con un volumen de Sonetos en su libro Presencia, pero no sorprenderá a quien descubra las líneas de fuerza y la constante aspiración a una forma estética que asume en sus libros. No es casual su admiración a Keats, ni su preocupación continua por el lenguaje y por la fijación de la multiplicidad del espíritu en la palabra. (Moderador)
Yo he sido siempre y primordialmente considerado como un
prosista. La poesía es un poco mi juego secreto, la guardo casi
enteramente para mí y me conmueve que esta noche dos personas
diferentes hayan aludido a lo que yo he podido hacer en el campo
de la poesía. (...) he pensado que me gustaría hablarles
concretamente de literatura, de una forma de literatura:El cuento
fantástico .
Yo he escrito una cantidad probablemente excesiva de cuentos, de
los cuales la inmensa mayoría son cuentos de tipo fantástico.
El problema, como siempre, está en saber qué es lo fantástico.
Es inutil ir al diccionario, yo no me molestaría en hacerlo,
habrá una definición, que será aparentemente impecable, pero
una vez que la hayamos leído los elementos imponderables de lo
fantástico, tanto en la literatura como en la realidad, se
escaparán de esa definición.
Ya no sé quién dijo, una vez, hablando de la posible definición
de la poesía, que la poesía es eso que se queda afuera, cuando
hemos terminado de definir la poesía , creo que esa misma
definición podría aplicarse a lo fantástico, de modo que, en
vez de buscar una definición preceptiva de lo que es lo fantástico,
en la literatura o fuera de ella, yo pienso que es mejor que cada
uno de ustedes, como lo hago yo mismo, consulte su propio mundo
interior, sus propias vivencias y se plantee personalmente el
problema de esas situaciones, de esas irrupciones, de esas
llamadas coincidencias en que de golpe, nuestra inteligencia y
nuestra sensibilidad, tiene la impresión de que las leyes, a que
obedecemos habitualmente, no se cumplen del todo o se están
cumpliendo de una manera parcial, o están dando su lugar a una
excepción.
Ese sentimiento de lo fantástico como me gusta llamarle, porque
creo que es sobre todo un sentimiento e incluso un poco visceral,
ese sentimiento me acompaña a mí desde el comienzo de mi vida,
desde muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a escribir, me
negué a aceptar la realidad tal como pretendían imponérmela y
explicármela mis padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo
de una manera distinta, sentí siempre, que entre dos cosas que
parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios
por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento,
que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con
lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante.
Ese sentimiento, que creo se refleja en la mayoría de mis
cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento; en cualquier
momento les puede suceder a ustedes, les habrá sucedido, a mí
me sucede todo el tiempo, en cualquier momento que podemos
calificar de prosaico, en la cama, en el ómnibus, bajo la ducha,
hablando, caminando o leyendo, hay como pequeños paréntesis en
esa realidad y es por ahí, donde una sensibilidad preparada a
ese tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente,
siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo fantástico.
Eso no es ninguna cosa excepcional, para gente dotada de
sensibilidad para lo fantástico, ese sentimiento, ese extrañamiento,
está ahí, a cada paso, vuelvo a decirlo, en cualquier momento y
consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la lógica,
de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra
inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible, seguro y
tranquilizado se ve bruscamente sacudido, como conmovido, por una
especie de, de viento interior, que los desplaza y que los hace
cambiar.
Un gran poeta francés de comienzos de este siglo, Alfred Jarry,
el autor de tantas novelas y poemas muy hermosos, dijo una vez,
que lo que a él le interesaba verdaderamente no eran las leyes,
sino las excepciones de las leyes; cuando había una excepción,
para él había una realidad misteriosa y fantástica que valía
la pena explorar, y toda su obra, toda su poesía, todo su
trabajo interior, estuvo siempre encaminado a buscar, no las tres
cosas legisladas por la lógica aristotélica, sino las
excepciones por las cuales podía pasar, podía colarse lo
misterioso, lo fantástico, y todo eso no crean ustedes que tiene
nada de sobrenatural, de mágico, o de esotérico; insisto en que
por el contrario, ese sentimiento es tan natural para algunas
personas, en este caso pienso en mí mismo o pienso en Jarry a
quien acabo de citar, y pienso en general en todos los poetas;
ese sentimiento de estar inmerso en un misterio continuo, del
cual el mundo que estamos viviendo en este instante es solamente
una parte, ese sentimiento no tiene nada de sobrenatural, ni nada
de extraordinario, precisamente cuando se lo acepta como lo he
hecho yo, con humildad, con naturalidad, es entonces cuando se lo
capta, se lo recibe multiplicadamente cada vez con más fuerza;
yo diría, aunque esto pueda escandalizar a espíritus positivos
o positivistas, yo diría que disciplinas como la ciencia o como
la filosofía están en los umbrales de la explicación de la
realidad, pero no han explicado toda la realidad, a medida que se
avanza en el campo filosófico o en el científico, los misterios
se van multiplicando, en nuestra vida interior es exactamente lo
mismo.
Si quieren un ejemplo para salir un poco de este terreno un tanto
abstracto, piensen solamente en eso que utilizamos continuamente
y que es nuestra memoria. Cualquier tratado de psicología nos va
a dar una definición de la memoria, nos va a dar las leyes de la
memoria, nos va a dar los mecanismos de funcionamiento de la
memoria. Y bien, yo sostengo que la memoria es uno de esos
umbrales frente a los cuales se detiene la ciencia, porque no
puede explicar su misterio esencial, esa memoria que nos define
como hombres, porque sin ella seríamos como plantas o piedras;
en primer lugar, no sé si alguna vez se les ocurrió pensarlo,
pero esa memoria es doble; tenemos dos memorias, una que es
activa, de la cual podemos servirnos en cualquier circunstancia
práctica y otra que es una memoria pasiva, que hace lo que le da
la gana: sobre la cual no tenemos ningún control.
Jorge Luis Borges escribió un cuento que se llama Funes el
memorioso, es un cuento fantástico, en el sentido de que
el personaje Funes, a diferencia de todos nosotros, es un hombre
que posee una memoria que no ha olvidado nada, y cada vez que
Funes ha mirado un árbol a lo largo de su vida, su memoria ha
guardado el recuerdo de cada una de las hojas de ese árbol, de
cada una de las irizaciones de las gotas de agua en el mar, la
acumulación de todas las sensaciones y de todas las experiencias
de la vida están presentes en la memoria de ese hombre.
Curiosamente en nuestro caso es posible, es posible que todos
nosotros seamos como Funes, pero esa acumulación en la memoria
de todas nuestras experiencias pertenecen a la memoria pasiva, y
esa memoria solamente nos entrega lo que ella quiere.
Para completar el ejemplo si cualquiera de ustedes piensa en el número
de teléfono de su casa, su memoria activa le da ese número,
nadie lo ha olvidado, pero si en este momento, a los que de
ustedes les guste la música de cámara, les pregunto cómo es el
tema del andante del cuarteto 427 de Mozart, es evidente que, a
menos de ser un músico profesional, ninguno de ustedes ni yo
podemos silvar ese tema y sin embargo, si nos gusta la música y
conocemos la obra de Mozart, bastará que alguien ponga el disco
con ese cuarteto y apenas surja el tema nuestra memoria lo
continuará. Comprenderemos en ese instante que lo conocíamos,
conocemos ese tema porque lo hemos escuchado muchas veces, pero
activamente, positivamente, no podemos extraerlo de ese fondo,
donde quizá como Funes, tenemos guardado todo lo que hemos visto,
oído, vivido.
Lo fantástico y lo misterioso no son solamente las grandes
imaginaciones del cine, de la literatura, los cuentos y las
novelas. Está presente en nosotros mismos, en eso que es nuestra
psiquis y que ni la ciencia, ni la filosofía consiguen explicar
más que de una manera primaria y rudimentaria.
Ahora bien, si de ahí, ya en una forma un poco más concreta nos
pasamos a la literatura, yo creo que ustedes están en general de
acuerdo que el cuento, como género literario, es un poco la casa,
la habitación de lo fantástico. Hay novelas con elementos fantásticos,
pero son siempre un tanto subsidiarios, el cuento en cambio, como
un fenómeno bastante inexplicable, en todo caso para mí, le
ofrece una casa a lo fantástico; lo fantástico encuentra la
posibilidad de instalarse en un cuento y eso quedó demostrado
para siempre en la obra de un hombre que es el creador del cuento
moderno y que se llamó Edgar Allan Poe. A partir del día en que
Poe escribió la serie genial de su cuento fantástico, esa casa
de lo fantástico, que es el cuento, se multiplicó en las
literaturas de todo el mundo y además sucedió una cosa muy
curiosa y es que América Latina, que no parecía particularmente
preparada para el cuento fantástico, ha resultado ser una de las
zonas culturales del planeta, donde el cuento fantástico ha
alcanzado sus exponentes, algunos de sus exponentes más altos.
Piensen, los que se preocupan en especial de literatura, piensen
en el panorama de un país como Francia, Italia o España, el
cuento fantástico no existe o existe muy poco y no interesa, ni
a autores, ni a lectores; mientras que, en América Latina, sobre
todo en algunos países del cono sur: en el Uruguay , en la
Argentina... ha habido esa presencia de lo fantástico que los
escritores han traducido a través del cuento. Cómo es posible
que en un plazo de treinta años el Uruguay y la Argentina hayan
dado tres de los mayores cuentistas de literatura fantástica de
la literatura moderna. Estoy naturalmente citando a Horacio
Quiroga, a Jorge Luis Borges y al uruguayo Felisberto Hernández,
todavía injustamente, mucho menos conocido.
En la literatura lo fantástico encuentra su vehículo y su casa
natural en el cuento y entonces, a mí personalmente no me
sorprende, que habiendo vivido siempre con la sensación de que
entre lo fantástico y lo real no había límites precisos,
cuando empezé a escribir cuentos ellos fueran de una manera casi
natural, yo diría casi fatal, cuentos fantásticos.
(...) Eligo para demostrar lo fantástico uno de mis cuentos
La noche boca arriba y cuya historia, resumida muy
sintéticamente, es la de un hombre que sale de su casa en la
ciudad de París, una mañana, en una motocicleta y va a su
trabajo, observando, mientras conduce su moto, los altos
edificios de concreto, las casas, los semáforos y en un momento
dado equivoca una luz de semáforo y tiene un accidente y se
destroza un brazo, pierde el sentido y al salir del desmayo, lo
han llevado al hospital, lo han vendado y está en una cama, ese
hombre tiene fiebre y tiene tiempo, tendrá mucho tiempo, muchas
semanas para pensar, está en un estado de sopor, como
consecuencia del accidente y de los medicamentos que le han dado;
entonces se adormece y tiene un sueño; sueña curiosamente que
es un indio mexicano de la época de los aztecas, que está
perdido entre las ciénagas y se siente perseguido por una tribu
enemiga, justamente los aztecas que practicaban aquello que se
llamaba la guerra florida y que consistía en capturar enemigos
para sacrificarlos en el altar de los dioses.
Todos hemos tenido y tenemos pesadillas así, siente que los
enemigos se acercan en la noche y en el momento de la máxima
angustia se despierta y se encuentra en su cama de hospital y
respira entonces aliviado, porque comprende que ha estado soñando,
pero en el momento en que se duerme la pesadilla continúa, como
pasa a veces y entonces, aunque él huye y lucha es finalmente
capturado por sus enemigos, que lo atan y lo arrastran hacia la
gran pirámide, en lo alto de la cual están ardiendo las
hogueras del sacrificio y lo está esperando el sacerdote con el
puñal de piedra para abrirle el pecho y quitarle el corazón.
Mientras lo suben por la escalera, en esa última desesperación,
el hombre hace un esfuerzo por evitar la pesadilla, por
despertarse y lo consigue; vuelve a despertarse otra vez en su
cama de hospital, pero la impresión de la pesadilla ha sido tan
intensa, tan fuerte y el sopor que lo envuelve es tan grande, que
poco a poco, a pesar de que él quisiera quedarse del lado de la
vigilia, del lado de la seguridad, se hunde nuevamente en la
pesadilla y siente que nada ha cambiado. En el minuto final tiene
la revelación. Eso no era una pesadilla, eso era la realidad; el
verdadero sueño era el otro. Él era un pobre indio, que soñó
con una extraña, impensable ciudad de edificios de concreto, de
luces que no eran antorchas, y de un extraño vehículo,
misterioso, en el cual se desplazaba, por una calle.
Si les he contado muy mal este cuento es porque, me parece, que
refleja suficientemente la inversión de valores, la polarización
de valores, que tiene para mí lo fantástico y, quisiera
decirles además, que esta noción de lo fantástico no se da
solamente en la literatura, sino que se proyecta de una manera
perfectamente natural en mi vida propia.
Terminaré este pequeño recuento de anécdotas con algo que me
ha sucedido hace aproximadamente un año. Ocho años atrás
escribí un cuento fantástico que se llama Instrucciones
para John Howell, no les voy a contar el cuento; la situación
central es la de un hombre que va al teatro y asiste al primer
acto de una comedia, más o menos vanal, que no le interesa
demasiado; en el intervalo entre el primero y el segundo acto dos
personas lo invitan a seguirlos y lo llevan a los camerinos, y
antes de que él pueda darse cuenta de lo que está sucediendo,
le ponen una peluca, le ponen unos anteojos y le dicen que en el
segundo acto él va a representar el papel del actor que había
visto antes y que se llama John Howell en la pieza.
Usted será John Howell. Él quiere protestar y
preguntar qué clase de broma estúpida es esa, pero se da cuenta
en el momento de que hay una amenaza latente, de que si él se
resiste puede pasarle algo muy grave, pueden matarlo. Antes de
darse cuenta de nada escucha que le dicen salga a escena,
improvise, haga lo que quiera, el juego es así, y lo
empujan y él se encuentra ante el público... No les voy a
contar el final del cuento, que es fantástico, pero sí lo que
sucedió después.
El año pasado recibí desde Nueva York una carta firmada por una
persona que se llama John Howell. Esa persona me decía lo
siguiente: Yo me llamo John Howell, soy un estudiante de
la universidad de Columbia, y me ha sucedido esto; yo había leído
varios libros suyos, que me habían gustado, que me habían
interesado, a tal punto que estuve en París hace dos años y por
timidez no me animé a buscarlo y hablar con usted. En el hotel
escribí un cuento en el cual usted es el protagonista, es decir
que, como París me ha gustado mucho, y usted vive en París, me
pareció un homenaje, una prueba de amistad, aunque no nos conociéramos,
hacerlo intervenir a usted como personaje. Luego, volví a N.Y,
me encontré con un amigo que tiene un conjunto de teatro de
aficionados y me invitó a participar en una representación; yo
no soy actor, decía John, y no tenía muchas ganas de hacer eso,
pero mi amigo insistió porque había otro actor enfermo. Insistió
y entonces yo me aprendí el papel en dos o tres días y me
divertí bastante. En ese momento entré en una librería y
encontré un libro de cuentos suyos donde había un cuento que se
llamaba Instrucciones para John Howell . ¿Cómo
puede usted explicarme esto, agregaba, cómo es posible que usted
haya escrito un cuento sobre alguien que se llama John Howell,
que también entra de alguna manera un poco forzado en el teatro,
y yo, John Howell, he escrito en París un cuento sobre alguien
que se llama Julio Cortázar.
Yo los dejo a ustedes con esta pequeña apertura, sobre el
misterio y lo fantástico, para que cada uno apele a su propia
imaginación y a su propia reflexión y desde luego, a partir de
este minuto estoy dispuesto a dialogar y a contestar, como pueda,
las preguntas que me hagan.
DE RAYUELAS, CRONOPIOS Y DUDAS.
¿Por qué en la publicación definitiva de Rayuela se excluyó
el capítulo 126?
(...) Bueno, me agrada la posibilidad de contestarle muy
brevemente por qué el capítulo fue excluido.
Ese capítulo fue lo primero que yo escribí de la novela, comenzé
escribiendo, y luego me di cuenta de que no podía seguir si no
iba un poco hacia atrás y comenzaba el libro desde una etapa
anterior. Usted sabe que la primera parte sucede en París y la
segunda en Buenos Aires, ese capítulo sucedía en Buenos Aires;
yo interrumpí esa parte de mi trabajo porque estaba
completamente bloqueado y necesitaba desarrollar antes la parte
de París. Es una simple cuestión de técnica, de necesidad
interior.(...) Un buen día empalmé, empaté, conecté aquello
que había escrito, con lo que estaba escribiendo en ese momento
y seguí adelante y terminé el libro. Pero entonces me di cuenta
de que el último capítulo, que sucede en el manicomio donde
Oliveira y su amigo Traveler tienen un último diálogo antes del
desenlace final, coincidía muy de cerca con el primero que yo
tenía ya un poco olvidado y que se molestaban mutuamente; pasó
una cosa que tiene una cierta belleza: haber comenzado un libro
por un capítulo, haber luego hecho toda la parte anterior a ese
capítulo, luego haber hecho toda la parte posterior y luego,
antes de editar el libro, sacar ese capítulo.
Eso me ha hecho siempre pensar en la forma en que los arquitectos
de la Edad Media construían las bóvedas; colocaban una
determinada piedra sobre la cual iban apoyando todas las demás y
una vez que la bóveda estaba fija y consolidada quitaban la
primera piedra, porque ya no era necesaria. Curiosamente, sin
proponérmelo, hubo ese mismo esquema que responde a una cierta
armonía que no puedo explicar pero que es así.
¿El personaje de Oliveira es la representación de usted mismo y
de su propia vida?
Yo creo que, en todo novelista hay, en toda novela hay siempre
algún elemento autobiográfico; me parece casi imposible ese
ideal, que tal vez en algún momento tuvieron los novelistas
naturalistas franceses, de escribir novelas sin la menor
intervención personal del autor, es decir, como si el autor se
desdoblara y, guardando su vida privada fuera de la novela, le
dedicara solamente su talento y su técnica. En todo caso, yo no
pertenezco a esa especie. Es evidente que a lo largo de todas mis
novelas y en algunos de mis cuentos también estoy proyectado,
pero no hay que entender por eso que se trata de una autobiografía
deliberada, viciosa y un poco narcisista complaciente.
En Oliveira hay rasgos de mi propia vida de cuando me fui a vivir
a Francia. Todos los primeros capítulos de eso que se llama vida
de bohemia en París, de los latinoamericanos que nos ganábamos
la vida haciendo paquetes o lavando automóviles y defendiéndonos
como podíamos, todo eso sí, todo eso sale de experiencias
personales, pero siempre transpuestas, modificadas, yo diría
potenciadas literariamente.
¿Cuál es su definición personalísima de lo que es un Cronopio?
Al igual que lo fantástico los cronopios no se dejan definir.
Están ahí, y, y hay que tener cuidado con ellos porque en el
mismo minuto en que uno se va a sentar ya ellos te han quitado la
silla, pero es lo más que se puede acercar a una definición.
¿Qué tiene de fantástico el hombre nuevo suponiendo que lo
fantástico es una realidad completa y alcanzable?
Bueno, aquí hay un problema de vocabulario sumamente complicado,
porque lo que tiene de fantástico el hombre nuevo es que no
existe todavía. Todos nosotros tenemos nuestra idea de eso que
se ha dado en llamar el hombre nuevo y creo que la
lucha en común que muchos libramos está justamente dirigida por
ese esquema, por ese deseo de llegar a una nueva concepción de
lo humano, pero no hemos llegado todavía, estamos muy lejos de
eso y el hombre nuevo es un hombre nuevo en un plano a futuro....
Gracias a la "Revista Asterión - Arte, cine y literatura" (ver links) por su colaboración